martes, 24 de marzo de 2020

Los abrazos prohibidos

Undécimo día de confinamiento debido a la pandemia que está asolando el mundo en general y nuestro país en particular como es el "Covid-19".
Ya he hecho todo lo que se supone que se debía hacer para amenizar el encierro domiciliario.
Ya he leído la traición de Mosén Millán a Paco el del molino, la monstruosa transformación de Gregor Samsa, la historia de amor y enfermedad entre Hazel Grace y Augustus Waters y la historia decimonónica que narra Dostoyevski en "El jugador".
También he tenido la ocasión de visionar alguna película como "Agua para elefantes", "La trinchera infinita" o "A dos metros de ti", además de alguna serie y conciertos domésticos en las redes.
He tenido tiempo de escribir y entretenerme con algún juego de mesa.
Y música... Siempre música.
Supongo que esto es lo que está haciendo la mayoría de personas que, como yo, permanecemos en cuarentena. Y todo con el fin de permanecer lo más abstraídos posible del drama que se respira ahí fuera.
Imposible. Imposible abstraerse del enclaustramiento "forzado", de la desesperación de esos héroes de bata blanca y mascarilla frente al monstruoso virus, de los caídos, ni de los tocados.
Y en la calle, la desolación.
Te asomas a la ventana con la impotencia en la mirada viendo como implacable y altiva, se pasea la sombra de la parca por las calles huérfanas de ruido.
El tiempo pasa, los muertos se amontonan, los infectados se cuentan por miles y los días caen sobre nosotros como una losa.

Nunca he sido un gato callejero pero en estos momentos, mi casa, parece cada vez más pequeña.
Me mata el absurdo intento de ignorar la tragedia mientras miro con asombro y horror como los expertos se convierten en una especie de "Mr. Wonderful" con el fin de que permanezca impasible ante las noticias de nuevas muertes.

Por otra parte nos dicen que, dentro de la catástrofe, lo positivo que podemos sacar es la heroicidad de los sanitarios y demás trabajadores que velan por mantener los servicios mínimos en este estado de alerta.
También se habla de la solidaridad entre vecinos. La hermandad que se ha creado en los barrios desde los balcones y la necesidad de cariño entre familiares y amigos que el confinamiento mantiene separados.

Después de decir todo esto solo pediría unas pocas cosas para el día que todo esto acabe y a muchos solo nos haya parecido un mal sueño.
Pediría mucho más reconocimiento y recursos para los servicios sanitarios.
Un recuerdo eterno para las miles de víctimas que se fueron en soledad, sin el abrazo de los suyos porque el virus lo impedía.
Y sobre todo, me gustaría que los abrazos y besos que hoy extrañamos los devolvamos con creces cuando el virus nos lo permita y que nadie vuelva a negar un saludo al cruzarse con ese vecino que ahora es nuestra única conexión con la humanidad.
Hagamos que toda esta tragedia, que todos nuestros muertos no hayan sido en vano y aprendamos de todo esto.
Espero que el día que salga por la puerta de casa el mundo, la sociedad, haya cambiado tal y como la conocemos.

¡Juntos podemos!