martes, 30 de agosto de 2022

El amor de nuestra vida

Todos tenemos un amor que nos marca. El tan mitificado "Amor de nuestra vida". Y eso es inamovible.
Con suerte es la persona con la que estaremos el resto de nuestra vida. Incontables noches de pasión, viajes inolvidables, rutinas que saben siempre especial. Tal vez hasta tengamos descendencia. También nos apoyaremos en momentos de zozobra o enfermedad.
Pero también hay muchas posibilidades de que el "Amor de nuestra vida" no sea el más prolongado en el tiempo, ni el más dichoso. Ni siquiera el que dio mejores frutos.

El que una relación sea o no el "Amor de nuestra vida" lo marca algo más animal, más instintivo. Lo marcan más las sensaciones que las acciones.
La dependencia hacia esa persona, el poner tu ansiedad al límite y el despertar en ti nuevas sensaciones o potenciarlas como nunca harán que el enganche sea terrible.

Luego pasará el tiempo. Cada uno retomará su vida por separado pero ya nada será igual. Desde ese mismo momento la buscarás en cada persona que conozcas. Y fracasarás, claro que fracasarás en esa absurda búsqueda. Porque los demás no son ella, ni te harán sentir como lo hizo ella, muy a tu pesar. Y te frustras. Y te torturas. Y te alejas.

Puede generar ansiedad ver como por tu vida van pasando otras personas. Mejores, peores, con las que tal vez las cosas son más sencillas e incluso con alguna llegues a conectar. Sin embargo, siempre te fallará algo. Fallará el que no es ella, el que tú no te sientes igual con ella.
Eso es lo que extrañas. La extrañas a ella y te extrañas a ti cuando estabas con ella. 

Quizás, algún día encuentres la manera de ser feliz con alguien que te hace feliz, que tú notes que te hace feliz.
Y por fin serás feliz pero en silencio seguirás notando en tu espalda la sombra de aquel gran amor. Del que tú, desde el principio, ya sabías que jamás te ibas a poder desprender.

Hay personas, hasta nosotros mismos, que están destinadas a marcar tu vida y otras a hacerte feliz. Y cuando esas dos funciones coexisten en la misma persona es lo más maravilloso del mundo.

Eterna adolescencia

La adolescencia es una etapa difícil y a la vez trascendental en la vida de cualquier persona.

Eso sucede porque es el tiempo en el que cada individuo, después de haber adquirido las habilidades y conocimientos básicos para la vida durante la niñez, comienza ha asentarse en el mundo. Quizás aún no sabe como quiere que sea su camino, pero empieza a definirlo y a definirse.

Empieza a desarrollar sus gustos musicales, orientación sexual, un círculo de amistades con nexos comunes. Empieza a decidir lo que le gusta y lo que no. Empieza a formar los aspectos más desarrollados de la personalidad.


Tengo treinta años y creo que me he quedado anclado en la etapa que he descrito antes.

No me identifico con ningún estilo musical, no sé que tres cosas me llevaría a una isla desierta. No sé que me tatuaría, ni si me he enamorado o la razón de la última vez que he llorado.

Ni siquiera sé cual es mi lugar favorito del mundo o el momento más feliz de mi vida. No digo que no los tenga, pero no sé cuales son.


El signo de interrogación me persigue cada día, a cada momento que voy.

Convivo tormentosamente con la angustia del que vive al día. Salvando el momento y sin saber que será mañana.

La casilla de descripción de cualquier red social se convierte en un jeroglífico imposible de descifrar para mi.

No sé quien soy, que me gusta, que me emociona o que me encoleriza.

Eso hace que jamás haya tenido una relación que haya penetrado más allá de la epidermis.


En la vida he ido adquiriendo algunos conocimientos pero me salté el proceso de desarrollo.

Conozco nombres, no historias. Conozco gente, no personas.

Sé como me llamo, pero no sé quien soy. Al punto de descubrirme en una conversación imitando la actitud de algún referente residual que aún conservaba en mi subconsciente.

He intentado imponerme la pertenencia ha algún colectivo por aquello del sentimiento de pertenencia, valga la redundancia, pero me ha sido imposible encajar.

He probado distintas aficiones, trabajos, rutinas. Pero al final todo ha acabado en una hoja en blanco arrugada tirada en la hoguera.


En treinta años, lo único que he averiguado de mi es mi nombre, mi altura, color de pelo, de ojos, que no me gusta el calor, que no puedo dormir con silencio absoluto y sobre todo sé a que dos momentos del pasado me transportaría para cambiar el curso de mi hisoria.

Ahora que lo pienso, no está mal todo lo que sé de mi. Al fin y al cabo mi atención esta siempre centrada en no pisar ninguna mina de las que hay en el suelo que vivo.