viernes, 10 de agosto de 2018

Un amargo apocalipsis

Aún siento el dolor de esos alfileres impregnados de desencanto que se clavaron en mi pecho como hubiera sido ayer.

Quinientos días pudieron pasar, así como quinientos segundos parecieron y una eternidad para olvidar.
Tan cerca y tan lejos quedan aquellos días en los que parecía todo tan fácil, el infinito al alcance de mi mano.
Podíamos crear tantos mundos como podía alargarse la imaginación.

Quizás suene algo egoísta y contraproducente pero no quería tocar nada. Que nada se moviera de su lugar, que no pasara la vida.

El mundo me importaba un bledo. El mundo, ese mundo que la humanidad habita ya no me importaba. Mi mundo era el importante. Ese planeta habitado por dos personas. Una de ellas era yo y la otra era ella, el único ser vivo con quien me apetecía compartir mi atmósfera. Eso es tener suerte, ¿verdad?
Un salón con un piano y bailes infinitos. Cada caricia dibujaba una nueva carretera pero siempre con el mismo destino. Desayunos en la cama y cenas con las ganasLa noche y el día eran irrelevantes. Su pelo era mi almohada donde soñar y mis manos, sus guantes. Y en vez de molinos, gigantes. 
En eso de querernos, que nadie nos calme. 
Mi única misión y razón de la existencia de mi mundo era simple. Algo tan sencillo como hacerla feliz.


De aquello ya nadie se acuerda. Solo estas lastimeras líneas honran la memoria de ese bello cadáver que dejamos en la cuneta.


No lo vi venir. Juro que no vi venir aquella edad de hielo, pues j
amás imaginé que entre dos manos que se rozan pudiera haber tantas galaxias de distancia. 
Fue un mundo bello pero breve. Su invierno no dejó crecer la hierba. Y es que olvidé que por mucho que yo mismo hubiese creado ese mundo, tenía algo de físico. Su cuerpo y el mio... Su mente y la mía.
Y como un gran cambio climático arrasó con todo tipo de vida planetaria.


Hay amores tan grandes que, si enfurecen, corremos el riesgo de convertirlos en un monstruo echo de reproches, de recuerdos putrefactos, de perdones olvidados al fondo del cajón de los calcetines. Un monstruo bipolar con ganas de odiarse y besarse, de amarse y quemarse hasta ocaso final.

El fuego aún latente abrasa cada hoja del calendario que no quise pasar por miedo al olvido. Y es que fue un error pensar que el tiempo cumpliría una función cicatrizante.

Todo en esta historia dejó huella. El baile de las cortinas, el embriagador olor de su pelo y hasta el más sumiso de los silencios dejaron heridas tan profundas que me hicieron olvidar lo bonito que es estar enamorado, pues cada recuerdo provoca dolor en un corazón cada vez menos vivo.


Ya no hay aguja e hilo que cosan, sedantes que alivien. No hay tardes mágicas, ni paraíso debajo de la sábana, ni "por qués" que me convenzan de que no fuimos más que eso.


¿El amor?... ¿Qué es el amor? El amor es como la felicidad, la compasión, la nostalgia o el arrepentimiento.
El amor es un sentimiento y el mio quedó obsoleto.