jueves, 28 de junio de 2018

Alma sin patria

Llevo mucho tiempo escribiendo (dentro de lo que cabe), muchos años ya con este blog con el amor y el alma humana como temáticas habituales y juro que cada vez tengo menos idea de como funciona la mente y mucho menos de donde viene o como se va el amor.

La gente que no sabe amar no puede llegar a imaginarse el daño que, consciente o inconscientemente, infringe a las personas que las rodean.
El amor no es un sentimiento banal. Suele confundirse con otros sentimientos o impulsos que si lo son. Pero si juegas a amar debes saber que estás jugando con personas. Personas que, tal vez, puedan llegar a levantarse cada mañana por ti o ir a la cama felices por el mismo motivo.
Personas que, probablemente, no entiendan el porque de tu repentina frialdad o un adiós (o la ausencia de este) que te hiela la sangre y que lo único que consigue es dejarte el corazón vacío y la mente llena de dudas y culpabilidad.

Pero un día, después de que el tiempo haya disipado todas esas dudas mientras veías por el retrovisor que esa persona evoluciona y es feliz sin ti, encuentras una señal perdida en el espacio.

No entiendes el ¿por qué? ni el ¿para qué?, pero tú ya no eres el mismo.
Al final aprendes de las preguntas sin respuesta, de los desplantes. Aprendes de las verdades a medias y las mentiras disfrazadas de medias verdades.
De todo eso aprendes a ser más frío o, al menos, menos intenso y a contemporizar.

Todo esto podría ser un nuevo terremoto en una tierra que no conoce la paz. Pero, por suerte, ni el destino, el futuro, el karma, ni todas esas mierdas contaban con que ya no existe rencor ni resentimiento.
Todo está en calma. Y solo me sale compadecerme por ese pobre alma que no sabe amar ni ser amado y que vaga mendigando sin rumbo un poco de pan duro.