domingo, 12 de noviembre de 2017

Sinsentido

Con la complicidad que me proporciona la oscuridad de mi habitación a las "mil" de la madrugada fría de otoño me aventuro a escribir sobre algo que no alcanzo a comprender. Sobre lo inhóspito de mi ser.

Tengo casi 26 años y me he pasado la inmensa mayoría de mi vida buscando una razón por la que no dejarme llevar por la corriente. Algo por lo que dejar de vivir mirando por el retrovisor.

Con el tiempo, uno, va tomando conciencia de la complicada empresa que es buscar un buen impulso de vida en este mundo hostil donde la gran mayoría de tus semejantes, ni por asomo, piensan facilitarte las cosas.
La vida es una carrera de fondo... De mucho fondo. Llena de obstáculos y desventuras donde el único aliciente que te puede hacer querer llegar hasta la meta son los breves instantes de felicidad que pueden presentarse de improviso.

Yo me obsesioné en buscar la realización personal en lo sentimental, en lo emocional. Y fracaso tras fracaso desistí.
Más tarde pensé que en el trabajo y el "sentirse util" podría hallar la luz pero acabé tan desmoralizado realizando trabajos para los que no estaba destinado que las mañanas sin razones para desprenderme de las sábanas se convirtieron en un infierno.
Las opciones se van agotando y las oportunidades corren a la velocidad de los años.

La otra noche sufrí una especie de ataque de ansiedad que hacía años que no vivía y de repente sentí mucho miedo. Miedo porque no lo entendía. Porque creía estar bien.
Pero, sobretodo, miedo por volverme a ver bajo la inmensidad del edredón, atiborrado de pastillas para omitir el dolor que yo mismo me provocaba con ideas lastimeras y asesinas.

No sé, supongo que esto; vivir en una constante insatisfacción vital unida a la perturbadora ausencia de argumentos. Es el precio a pagar por tratar de descifrar el sentido de la vida.

Escribo sobre algo que conozco pero no entiendo.
Quizás escribo porque no quiero entenderlo, solo expresarlo por ver si lo borro.