miércoles, 1 de diciembre de 2021

Confesiones en la penumbra.

Son jodidas las regresiones a pensamientos que creías haberte sacudido pero que siguen ahí, adheridos a la piel. Aferrado a cada poro como el salitre del mar después de un día de playa.
De repente una canción, una situación, el olor en el ambiente o un falso "Deja vu" te introduce en lo más nebuloso de tu ser y te ves abocado a reconocer que sigues encerrado tú solo en una relación fugaz desde hace ya más de dos años. Que, con treinta años, sigues arrastrando complejos desde el instituto. Que, últimamente, has odiado más de lo que has amado o que, por mucho que mientas (incluso a ti mismo), te sigue aterrorizando todo lo que huela a nuevo.

La vida es una putada. Naces entre tus llantos y los gritos de dolor de tu madre. A los pocos instantes de aterrizar en este mundo ya tienes al médico dándote azotes en el culo. Pero eso solo es el principio. A partir de ahí, las hostias, se suceden una tras otra.

Entonces, debes convertirte en un mago. Un ilusionista, con la diferencia de que los trucos debes hacértelos a ti mismo.
Debes hacer de cada varapalo una enseñanza. De cada frustración, borrón y cuenta nueva. Con la aparición de un pensamiento negativo tienes que hacer un gran número de escapismo. Y de cada pérdida, un bello recuerdo.

Admiro a esa gente, de veras. Esos que son capaces de transformar la miseria en esperanza.
Que reciben un palo de la vida y después otro y otro. Van recibiendo cada revés con elegancia, se limpian la sangre de la boca y siguen con paso firme. Si te esfuerzas, eres capaz hasta de ver cierta belleza en su forma de sobrevivir.

Mi presente no es más que fruto de mi improvisación e inmovilismo.
Nunca tuve un plan. Mi único plan fue llegar a tener un plan... y nunca lo conseguí.
No he conseguido esquivar ni un solo obstáculo, de hecho, me los he comido todos. Y ahora soy un amasijo de miedos, traumas y frustraciones que vive al día. Sin un futuro definido, ni un pasado digerido.

Aunque también he de decir una cosa. Durante todos estos años de miseria emocional e inestabilidad mental he aprendido muchos trucos de esos que mencionaba antes.
Hasta he conseguido idear un método con el que evitar que la infección se extienda a otros ambitos de mi personalidad cuando el mal penetre. De hecho, no soy de los que escucha su música favorita o lee un buen libro cuando está pasando un mal momento. No lo hago porque entonces, esos elementos, pasarían a ser repulsivos ante mis ojos. Y no pienso sacrificar mi archipiélago de paz e ingravidez por una tormenta pasajera y así convertirlos en dramas permanentes.
Gracias a todo eso, ahora, consigo amortiguar un poco los impactos y sobre todo, los disimulo mejor.

La vida no es fácil, pero ya nos jode bastante ella como para hacerle nosotros el trabajo.
Complícale el la tarea tú a ella.